La perimenopausia llega como una invitada inesperada: un día te sientes fuerte, productiva y llena de energía, y al siguiente todo parece un reto emocional. Los cambios hormonales pueden ser tan impredecibles como los adolescentes que conviven contigo. Y ahí estás tú, intentando mantener el equilibrio entre tus propios altibajos y las montañas rusas emocionales de tus hijos.

No es solo el calor repentino que te hace quitarte el suéter en medio de una conversación, ni la sensación de cansancio que llega sin aviso. Es también la irritabilidad que aparece cuando menos lo esperas, la sensibilidad a flor de piel y ese sentimiento de estar un poco desbordada por dentro, aunque por fuera sonrías y sigas funcionando.

Con hijos adolescentes en casa, el reto se multiplica. Ellos están en su propio viaje de autodescubrimiento, buscando independencia y probando límites, mientras tú tratas de encontrar estabilidad interna. Surgen choques, discusiones por detalles que antes no te afectaban y momentos en los que quisieras esconderte en una habitación silenciosa (pero ellos siempre te encuentran).

Aun así, hay belleza en esta etapa. Aprendes a escucharte más, a poner límites y a aceptar que no siempre estarás perfecta. Descubres que la vulnerabilidad también es una forma de enseñar: mostrarles a tus hijos que los adultos también sienten, se frustran y buscan maneras sanas de manejarlo, puede ser un gran ejemplo para ellos.

La clave no está en ser inquebrantable, sino en ser auténtica. Hablar de lo que sientes, pedir un abrazo cuando lo necesitas, tomarte un momento para respirar antes de responder y —muy importante— buscar apoyo cuando hace falta, ya sea con amigas, grupos de mujeres o profesionales.

La perimenopausia no es el fin de nada, sino el inicio de una etapa diferente. Y aunque mantener la cordura mientras crías adolescentes pueda parecer misión imposible, cada día que eliges respirar hondo y seguir adelante ya es una victoria.

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